Por Cuauhtémoc Carranza
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Al rato de llegar al teibol, Lucía se sentó junto a mí, y luego de invitarle el segundo vodka, empezó a hablarme de Bruce, un cuarentón divorciado con el que ella se relacionó durante cinco años.
Desde los 17, Lucía había empezado a trabajar. Empezó en una imprenta, donde conoció a Aarón, un hombre casado que negó la paternidad del hijo que ella esperaba. Aunque no le tenía miedo a la vida, Lucía no dejaba de tener vergüenza “Yo bajaba la vista frente a mis hermanos”; pero su madre siempre le levantó la cara.
Ya pasaron siete años. Para mantener a su hija, Lucía conoció el teibol. En Los Cabos ganaba hasta 300 mil a la semana. Una noche, cuando el vodka te hiere más, conoció al gringo Bruce eres la mujer más hermosa del mundo, le dijo. “Vamos, eso te lo dice cualquiera”, rezongué. “Sí, pero su mirada me decía más cosas”.
Dueño de una cadena de hoteles, hizo que Lucía conociera el fashion de la gente nice. Ella, que venía de una modesta familia, conoció los mejores hoteles y restaurantes de Acapulco, Vallarta, Los Cabos, Oaxaca, Veracruz. “Señora, usted sólo ordene”, escuchaba a cada rato. “No sean así, yo valgo tanto o menos que ustedes”, les respondía.
Al cabo de dos meses, Bruce le dijo “Marry me; I’ll give you everything”. Ella lo pensó en serio. Una amiga le dijo que le podía sacar mucha lana. No, respondió viviría aburrida.
Una noche, en Punta Mita, Lucía le hizo un escándalo a Bruce por una nimiedad. Gritó, siguió bebiendo, volvió a gritar frente a todos. Harto, Bruce le gritó “I want no more from you!”. Al otro día ella se fue.
Han pasado 15 días. Ayer, Lucía abrió una nueva cuenta de correo. Su primer mensaje fue para Bruce “I don’t love you anymore”. Bruce le respondió “Come back, I’ll take you Las Vegas”, el gran sueño de Lucía. Ella volvió a teclear “I don’t love you”, “I don’t love you”… hasta llenar toda la pantalla.
Eso dejó escrito en la servilleta de mi mesa. Hoy aspiro su aroma. Ay, Bruce.
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