La vida

Por Antonio Rangel
1592 caracteres

Estaba rabioso. Abrí el periódico directamente en los anuncios de masajes. Tomé el teléfono y le marqué a cuatro o cinco hasta que una de ellas aceptó mi propuesta.

Después me arrepentí. La venganza es para miserables, me dije. Pero yo soy de los que ya no saben zafarse una vez que se ha atorado en un compromiso. Me gastaría en una noche lo que había ahorrado durante seis meses.
Tenía uno de los peores trabajos que se pudieran tener. Era el asistente en una obra de teatro. Acepté el bajo sueldo y los pagos retrasados sin protestar porque estaba enamorado de Gina, la directora.

Traté de conquistarla muy tontamente durante medio año, pero cuando ella salió a festejar el éxito de la obra con su ex., me di cuenta de que había fracasado definitivamente. Me sentí perdido. Luego de varios meses de arrastrado sólo se me ocurría una tonta venganza.

Gina, ciertamente, se sorprendió de verme con una mujer muy hermosa, pero supongo que fue algo que olvidó al día siguiente. En cambio yo lo recuerdo mucho.

Su nombre falso era Zamna. De cabello castaño, ojos claros, piel bronceada y rasgos finos. Risueña y menuda. Resultó interesada en el teatro, en la literatura y en el café. Después de la función habíamos acordado que me acompañaría a una reunión con los actores y con Gina; pero eso se canceló. Fuimos a una cafetería. Allí le conté en dos minutos mi razón para contratarla, luego nos olvidamos de aquello. Hablamos de algunas piezas teatrales, de dos poemas de Cavafis y de nuestras calles preferidas.

Llegamos al hotel con demasiada cafeína en el cuerpo y seguimos conversando. Al otro día, en el momento de marcharnos, al verla más bella y desprotegida que nunca, le supliqué irreflexivamente que fuera mi novia para siempre. Sólo la muerte es novia para siempre, dijo sonriendo, conmigo sólo estarás de paso en una habitación que deberás desalojar temprano, siempre temprano… yo soy una puta, soy la vida, dijo.

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