M A G D A L E N A

Por Horus
2421 caracteres

Me había pasado tanto tiempo con ganas. Verdaderas ganas. De esas que hasta ni quería tocarme pues es bien sabido que tocarse uno satisface, pero lo que se dice ‘satisfecho’ no queda uno. Toda una semana. Hasta para orinar evitaba tocarme, sobre todo por las mañanas en que amanecía con los calores de mis sueños y la dureza de mi miembro.

En algún lugar había leído que los servicios de estas mujeres no son indispensables, como dando a entender que no pasa nada si no puede uno pagarse el servicio. Obvio que yo estaba en desacuerdo y más después de haber ido a esas calles donde trabajan y ver lo que ofrecían. ¡Había tantas! De piernas largas y blancas o cortas y morenas o todo lo contrario. Delgadas o bien entradas en carnes, maduras, jóvenes y otras hasta quizás demasiado jóvenes.

A ella la encontré casi al final de la cuarta calle que recorrí esa mañana. Apenas un poco más bajita que yo, hasta creí que estaba descalza, pero solo era que sus sandalias eran transparentes. Extraño que me fijase en ellos pero tenía unos pies hermosos, limpios y sin pintura en las uñas. El cabello ligeramente ondulado y del color del cedro le caía hasta los hombros. Decidí que su nombre debía ser Magdalena. No sé por qué. Solo se me ocurrió.

Era mitad de quincena y en ese instante decidí dejar de comer en la fonda de la esquina para poder ahorrar lo más posible y juntarlo con mi siguiente pago. Como aprendiz de carpintero no se gana mucho. Cuando finalmente tuve el dinero, sólo gasté en cortarme el cabello y darme un largo baño en el temazcal.

Corrí y no la vi. Primero pensé que me había pasado de calle. Regresé mis pasos buscando con más calma. No, no estaba. ¿Sería ya muy tarde? ¿Ese día no habría ido? Las otras mujeres se me quedaban viendo, algunas con indiferencia, otras retadoras y una hasta se me ofreció. No me interesaba ninguna. Después de casi una hora de caminar despacio de aquí para allá decidí irme; quizás al siguiente día, no importaba que fuese domingo, volvería a buscarla después de misa.

Casi la tiro al tropezarme con ella. Venía saliendo de una estrecha puerta que no había visto. Su reacción fue poner las manos delante de sus pechos como para protegerse, pero con las palmas hacia el mío. Se me quedó viendo sin decir nada. Su mirada parecía traspasarme como si fuera un clavo encendido enterrado en mantequilla. Me tomó de la mano, cerró la puerta por la que había salido y subimos unas escaleras hasta una habitación donde solo había unas colchonetas, una silla y una maleta sobre el piso.

No se como, pero cuando reaccioné ambos estábamos ya desnudos. Hizo que pusiera mis manos sobre sus pezones, firmes y tiernos; me miro y para lo único que se abrieron sus labios fue para preguntar “¿Quieres?” Ahí estaba yo, finalmente, desnudo frente a una mujer desnuda con sus senos en mis manos y de repente ya no tenía ganas, o si las tenía no las sentía en ese momento. Sólo me le quedé viendo a los ojos y comencé a llorar.

3 opiniones:

Unknown dijo...

¡Que lástima que no entrara por la longitud!

Es mi favorito, por cierto, da la impresión de estar ambientado en la "Meche" ¿no?

Horus dijo...

Si... algo así qise dar a enteder

Unknown dijo...

Tersa, sin sobrealtos, acorde. recuerda a chico el de holanda, "ay sí ya llego la hora y juntos se demora, con que ojos voy a salir"...perfecta en el desorden